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viernes, 30 de mayo de 2025

MARK TWAIN - UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO


 ¿Sabés qué pasa cuando un ingeniero de fábrica de Connecticut se despierta en la Inglaterra del Rey Arturo? Exacto: no intenta encontrar el Santo Grial. Quiere introducir la imprenta, el telégrafo, el teléfono, patentar el jabón, o reformar la educación pública. Y el eclipse solar se vuelve su as bajo la manga para ganarse un lugar en la corte.

Recuerdo haber leído este libro en mi adolescencia, a la luz de la vela, y con hojas bien desgastadas (si mal no recuerdo, el número 66 de la colección "Robin Hood", aquellos libros de tapa dura amarillos que comenzara a editarse a principios de los '40). Ese libro en su momento voló mi cabeza, por la forma desenfadada y el ego que mostraba su personaje principal, pero por sobre todas las cosas, la imaginación: qué haría uno con el conocimiento que posee hoy en día en aquella época de caballeros medievales?

Mark Twain se despacha con una sátira afiladísima que no envejece. Escrito en 1889, "Un yanqui en la corte del Rey Arturo" combina humor absurdo, crítica social, y ciencia contra superstición en una mezcla que a veces parece delirio steampunk y otras, una cachetada a la aristocracia, la iglesia y el mito del progreso.

El narrador —un yanqui de nombre Hank — es una especie de Tony Stark decimonónico, que no solo se ríe de Merlín y sus trucos, sino que convierte Camelot en una fábrica de ideas modernas: introduciendo desde la pólvora hasta periódicos. Pero ojo, porque debajo del humor y la ironía, hay una oscuridad que crece. La utopía industrial empieza a mostrar las costuras, y Twain no se guarda nada cuando llega la hora de mostrarnos lo que pasa cuando el poder moderno cae en manos equivocadas... o en manos humanas, simplemente.

Hank no es un personaje querible, bastante al contrario...y eso choca. Es ingeniero, pragmático, egocéntrico, egoísta, demasiado auto-suficiente, arrogante, y muy, muy ambicioso. Todo esto, y la retórica del libro, pueden llegar a hacer que el lector no se "enganche" con la novela.

Uno de los grandes logros del libro es cómo retrata a los caballeros de la mesa redonda como lo que serían si fueran reales: torpes, crédulos, clasistas, medio inútiles. Twain los desarma con cariño pero sin anestesia. Y ahí es donde brilla su genio: no se ríe solo del pasado, también nos está mirando a nosotros —y al lector de su tiempo— con una ceja levantada. En cierta forma, Twain nos propone que las sociedades, por más avances modernos que tengan, lejos de mejorar, pueden colapsar; que ser más brillantes o estar más preparados, no son sinónimos de ser más felices, y que las buenas intenciones, si no tienen el contexto ideal, pueden llevar al caos. 

No esperes un cierre feliz al estilo Hollywood. Twain no es Disney. Hay nostalgia, hay sangre, y hay una reflexión brutal sobre el progreso, la guerra y la ilusión del control. Te deja pensando si la Edad Media era tan oscura... o si lo somos nosotros con más juguetes.

Ideal si te copa la historia con una vuelta de tuerca, los viajes en el tiempo con onda, o si alguna vez pensaste “¿y si le meto una central eléctrica al castillo de Lancelot?”. Twain lo pensó primero. Y te lo cuenta con ese tono entre sarcasmo y lucidez que lo hace inconfundible.

AUTOR: MARK TWAIN
AÑO: 1889
GÉNERO: FICCIÓN SATÍRICA / CIENCIA FICCIÓN / UCRONÍA / AVENTURAS
# DE PÁGINAS: 400 aprox (dependiendo de la edición)
AUTOCONCLUSIVA: SI